miércoles, mayo 26, 2010

Aum

Siempre vuelvo a la peluquería, sobre todo cuando ando con mucha cosa en la cabeza. Pero hoy mi intención era empezar la clase de yoga, una variedad desconocida por mucho tiempo que ahora enseñan en Pocitos y que te hace meditar, desestresarte, centrarte, equilibrarte, armonizarte. Una cantidad de beneficios que superan a la peluquería. Me vestí lo más de blanco que pude, me compré una botellita de agua sin gas en el camino y llegué a la puerta de la clase. Cinco minutos tarde. Suficientes para ver a través del vidrio de la puerta cerrada a varias personas sentadas en un salón del fondo –que tenían mucha más ropa blanca que yo- sentadas, en postura de loto, con la espalda derecha, un dedo que parecía apuntar a la nariz, mientras el resto de la mano yacía como si estuvieran haciendo burlas. Toqué el timbre pero nadie apareció. La clase continuaba y no parecía haber nadie fuera de ese salón. Llegaron dos chicas jóvenes directo a poner el dedo en el timbre. Sonó, pero no dio resultado. Nos saludamos, todas íbamos por primera vez. Decidimos esperar un ratito sin tocar más el timbre para no ser impertinentes, y finalmente nos resignamos. La primera lección de yoga estaba dada.

Salí caminando para casa y vi una peluquería abierta. A falta de respiración y meditación me pareció lo mejor que pude encontrar por el camino, así que entré. Pregunté si aún atendían porque no había clientes y parecía ya hora de irse a casa. Me dijeron que pasara. Fui directo a las piletas, me saqué la campera y la coloqué sobre una silla. Me senté y recosté la cabeza hacia la pileta sosteniendo mi cartera entre las manos. Me entretuve con el agua caliente que caía por mi cabeza, los pequeños masajes que sacudían los pensamientos y otros asuntos vinculados a cuestiones capilares. Me secaron el pelo rápidamente, y con las canas limpias, secas y peinadas me aboqué a elegir un shampoo. Estuve un rato dando vueltas hasta que al final elegí un par. La peluquería había surtido efecto y me sentía mucho más relajada y tranquila al punto de estar realmente interesada en profundizar en las diferencias existentes entre las marcas de shampoo. La peluquera probablemente estaba más nerviosa porque me animó a irme con esos shampoo y cambiarlos cuando quiera. Salí sujetando la bolsita con frascos en una mano y con la cartera colgando del brazo. Caminé dos cuadras sintiéndome muy liviana. Tan liviana que sólo el frío de la noche me hizo reaccionar. Había olvidado la campera sobre la silla de la peluquería. Volví sobre mis pasos las dos cuadras y llegué a una reja baja que protegía la puerta de vidrio cerrada del local. Adentro sólo luces apagadas, las sillas vacías, con los secadores recostados en un gancho, y en el fondo la pileta que apenas alcanzaba a distinguir en esa oscuridad. Volví a casa sin apuro, sin campera pero con mucha tranquilidad.

3 comentarios:

Fernanda Trías dijo...

Hola, Sole. ¡Te veo muy zen! También el blog cambió de look, ¿no? Época de cambios ;)

Fer

Sole dijo...

Hola Fer! Qué alegría escucharte, dónde andás??? je je muy zen je como dice David Bowie: ch ch ch changessss :-)))

suequi dijo...

Muy analítico de nuestras debilidades. Un cambio de clase de yoga por un rato de frivolidad necesaria para escaparnos un rato del "pensar". ¿A quién no le ha pasado?
Trabajan sobre nuestra cabeza y no dentro de ella, y a veces está bueno.
Así somos las mujeres,ya vendrá la clase de yoga, cuando deba ser.
Quizá no era ese día una jornada meditativa para vos!
MB!