domingo, enero 31, 2010

La muralla

Sus labios se separaban, se juntaban, se apretaban, se relamían en busca de un poco de humedad para amainar la resequedad que le daba despedir tanto aire para largar sonidos que caían en cada exhalación a nuestro alrededor en forma de letras que se acomodaban erguidas unas al lado de las otras. Palabras.

Dejé de mirar sus labios porque la muralla de palabras fue creciendo alta, altísima, tanto que me tuve que alejar para leer lo que decía. Caminé hacia atrás, me giré, le di la espalda y empecé a correr. Cuando llegué a la esquina, giré apenas la cabeza y vi a un perro que se acercaba a la muralla. Me detuve y lo vi levantar una pata para despedir el calor amarillo de la necesidad sobre todas sus palabras. Sonreí y seguí caminando sin mirar atrás.

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