Una noche cuando era niña no me quería dormir. Tenía la certeza de que si permitía que el sueño me atrapara me iba a morir. Dejé la luz de mi cuarto prendida y me puse a rezar: Padre Nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo... De golpe el miedo se me acentuó ¿mirá si la voluntad de Dios era nomás que yo me muriera?
Rezar no me sacó el miedo pero me ayudó porque al menos si en ese cuarto estaba la muerte esperando a que me durmiera también estaba Dios, y sobre todo porque rezar mucho te da sueño aunque no quieras. Cuando desperté la muerte se había ido, el día era soleado, me tomé un café con leche y me fui a la escuela.
viernes, abril 28, 2006
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