Contengo el aliento para atravesar el corredor de la casa de mi abuela. Es un poco angosto para lo lento que resulta llegar de una punta a la otra. Los cuadros apilados a lo largo de la pared que está a mi derecha se me vienen encima aunque trato de no mirarlos.
Hay dos retratos que intento esquivar. En especial evito el del hombre con sombrero negro y camisa blanca llena de dobleces y volados a la altura del cuello. Sus ojos son penetrantes como los de un vigilante y me clava la mirada en la espalda cuando atravieso el pasillo. A la derecha están los retratos y a la izquierda hay dos puertas entreabiertas sin luces prendidas de donde salen sonidos parecidos al silencio que se escuchan mezclados con mis pasos.
A veces me propongo cruzar corriendo, pero es mejor si camino como si nada ocurriera. Así que hago que no escucho el chirrido de la puerta que apenas se mueve. Mi cabeza permanece firme con los ojos mirando al frente mientras muevo el cuerpo tratando de eludir mi propio peso para no hacer ruido.
Camino y me digo que si logro atravesar esos metros que restan sin que sepan que los oigo podré llegar a ser tan invisible como ellos lo son para mí y sabiendo cada uno de la existencia del otro, aún sin vernos, lograremos convivir en este apartamento.
Porque ahora mi abuela no está para abrir la puerta del final del corredor, no hay quien me alce en brazos para cruzar este pequeño hueco infernal. Ahora casi todos los que eran vivos están muertos aunque siguen habitando este lugar en la mirada del retrato, detrás de las cortinas, en las patas de la cama y en el aire entrecortado que me animo a respirar.
jueves, febrero 16, 2006
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1 comentario:
Esto termina igual que Los pájaros... voy a ver si encuentro otro final.
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