jueves, diciembre 15, 2005

No matarás

Encontré una mosca en mi cocina. La vi en el vidrio de la ventana recostada en las patas traseras mientras frotaba las delanteras como si recién hubiera terminado un festín. Miré arriba de la mesada buscando restos de comida, pero la mesada estaba limpia.

Le abrí la ventana para que se fuera. Pero la mosca movió las seis patitas en dirección contraria a la salida de aire y quedó encerrada entre los dos vidrios de la ventana corrediza. Aleteó nerviosa y se golpeó de un lado y del otro. Cerré enseguida la ventana y la mosca volvió a quedar adentro. Pegó las alas al cuerpo, se apoyó esta vez en las patitas de adelante y levantó las traseras como quebrándolas con gran agilidad para rozarse los pies.

No la aplasto porque me da asco la papilla de mosca pegada al vidrio o al piso. Pero si le doy un golpe con un trapo y queda media viva no lo voy a poder resistir. Quiero que salga de mi cocina. Abrí la puerta que da al balcón, salí de la cocina y cerré la puerta tras de mí. Me senté en el sillón del living y me acordé de un hombre flaco con quien compartí un tiempo de la vida.

Una noche llegamos de madrugada a su casa en las afueras de Montevideo, cansados y con sueño. Apenas entramos vimos que algo no estaba bien, había agua por doquier, todo el piso estaba completamente inundado. Me dijo andá a acostarte que yo limpio y subo. Agradecida subí a acostarme, me metí en la cama, y me quedé escuchando el ruido de la escoba contra el piso.

Me quedé mirando el techo, las paredes, como en un estado de contemplación antes de dormirme cuando vi algo lleno de pelos y patas musculosas que caminaba por la pared de la escalera. Flacoooooooooooooooo ¡¿Qué pasa?!
¡¡¡Hay una tarántula enorme en la pared!!! Pará quedate tranquila, ya voy me dijo. Subió con la misma escoba que había barrido el agua y se paró frente a la pared donde estaba la tarántula.

Se quedó parado, con la escoba en la mano, sin moverse, sin hablar, un rato. ¿Qué te pasa flaco? Nada nada. Es que no sé... Me levanté de la cama y le dije flaco si querés yo la mato. Agarré la escoba del mango pero él no la soltó. La sostuvo con fuerza y me dijo: lo que pasa es que no quiero matarla. ¿¡Eh!? No te preocupes, acostate.

Cansada y sin entender mucho me tapé con las sábanas hasta la cabeza. Lo escuché bajar y subir la escalera de nuevo. Lo miré y no tenía la escoba, ahora traía un papel blanco, como arrancado de un cuaderno, y un frasco de vidrio. ¿Qué estás haciendo? le pregunté en voz baja. Voy a agarrarla viva me contestó y comenzó a acercarse a la araña, despacito, con ciudado. Le acercó de a poco el papel hasta que la araña caminó sobre él y entonces puso el frasco encima. Dobló los bordes del papel sobre el frasco y lo separó de la pared. Bajó la escalera salió al jardín y liberó a la tarántula. Después subió y se acostó a dormir.

Me acordé de mi mosca, me levanté del sillón y volví a la cocina. Busqué en la ventana pero ya no estaba. Aliviada cerré la puerta del balcón y puse agua a calentar.

3 comentarios:

Fede dijo...

mmm.... yo a las arañas les tengo respeto, son bichos buenos... pero con las moscas no tengo reparos... bicho de mierda si los hay

Carlos dijo...

Aca en Chile lo único venenoso es la araña de rincón, así que el resto no se mata, a no ser que tengas instinto asesino (u obsesión por la limpieza)

Saludos,
Carlos

Javi dijo...

Muy buen relato!

Me encantó el cierre del mismo.

Saludos.