La idea de morir y que mis restos en polvo fueran a dar a alguna playa de por acá no estaba mal. Pero me olvidé que para volverse ceniza hay que ser cremado y la idea de ser invadida por el fuego antes de llegar al agua no me gustó. Sobretodo después de lo que mi padre me contó.
Parece que cuando alguien quiere ser cremado los familiares o conocidos tienen que estar ahí como testigos de la cremación. Mi padre cuando murió su tío, fue con un primo a cumplir este rol. Entraron a un cuarto con un horno enorme, lleno de fuego, donde unos hombres metieron el cajón. Mi padre y su primo parados frente al horno vieron como el cajón se empezó a quemar. Primero largó humo y cuando agarró la llama el cajón se abrió como en una explosión.
Y como con el calor las articulaciones se doblan, el cuerpo del muerto de golpe y porrazo se sentó. El primo de mi padre cayó desmayado y mi padre se asustó. La idea romántica de desparramarme en cenizas al mar con este cuento del tío se me esfumó.
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