lunes, septiembre 05, 2005

Almuerzo con mi tía

En la foto se ve también un toldo rojo, recogido, en el local que se ubica justo en la esquina de Bulevar y la rambla, abajo del edificio enorme y blanco. Se llama Café de la Paix y está en Montevideo. Queda a una cuadra de mi casa, así que un día que mi tía estaba de visita en casa decidimos ir a comer ahí.

¡Ay Sole estoy tan viejita! Con lo que me gustaba caminar...dice agarrándose de mi brazo para sostenerse mientras da esos pasitos cortos con zapatitos de franela y suela de goma que amortiguan su balanceo al avanzar. Tiene los pies chiquitos, calza treinta y cinco, y sus tobillos son frágiles y finitos de nacimiento nomás. Sus piernas son bien delgadas, pero en la cintura su cuerpo adquiere un volumen incoherente para la delicadeza de sus huesos. La vejez te ensancha, me ha repetido más de una vez.

El semáforo está rojo y nos detenemos en la esquina. Pasa un ómnibus y varios autos sin apuro. Es domingo. Cambia la luz y cruzamos. Ahí está el cordón, a tu derecha hay un pozo, le aviso. El sol de la tarde le molesta y no lleva puestos los lentes negros, sólo los de ver. Cuidado que también doblan me dice y giro la cabeza para asegurarme que no venga nada y podamos dar los setenta pasitos que nos lleva cruzar hasta la mitad del Bulevar. Nos detenemos un momento, y seguimos. Mi tía se apura para llegar a la vereda antes de que vuelva a cambiar la luz. Camina prendida de mi brazo, no le gusta que la lleven ni quiere usar bastón. Hoy a las nueve dan la telenovela, Mujeres Apasionadas, ¿no la viste? te puede enseñar algo, vos sos una pava, me dice.

Seguimos avanzando despacio por la vereda de la sombra, evitando la luz que enceguece sus ojos de pintora. Miro hacia delante y no veo mucha gente en la rambla. Una chica sentada en el murito, sostiene un perro negro de la correa. Ella tiene el pelo negro, lacio y bien peinado. Hay banderas grandes colocadas justo en la salida del Bulevar al mar. Una es amarilla, otra violeta, la otra verde, y la de la derecha es blanca y azul. Es tiempo de elecciones. Mi tía sigue hablando con una voz finita, a veces chillona. Ella no dice su edad para que no la traten como a una vieja. Hace frío y lleva puesto un saco de color lila, con un pañuelo que le cuelga a los costados. Se sujetó el pelo con dos brochecitos y se pintó las cejas y los ojos para salir a almorzar. A las dos nos gusta el mar, así que nos vamos al Café de la Paix, en la esquina de Bulevar y la rambla, esperando que quede alguna mesa libre junto al ventanal.

La entrada tiene una puerta giratoria, y otra para empujar pero tiro hacia fuera y no se abre del todo. Dejo que mi tía pase apretada por ese pequeño espacio y la sigo. Abrí mal la puerta, le digo a las carcajadas. “Como no veo, si vos me decís pasá por el agujero de la cerradura, yo paso”, me dice. Se ríe conmigo y los postizos le tiemblan. Los veo salir de su lugar y contengo un momento la respiración, esperando que no se le caigan.

Allá hay una mesa libre junto al ventanal. Camino hacia la mesa y mi tía me sigue más despacio atrás. Es la única que queda libre con vista al mar. Se quita el saco y lo cuelga con la cartera en la silla de al lado. Detrás de ella almuerza una pareja con los suegros. Él es rubio, tiene ojos verdes y mirones, casi no habla. Su mujer critica a alguien, y la suegra le responde. La tele cuelga arriba de la vitrina de los postres prendida en el canal de deportes. Una sola moza atiende a las pocas mesas ocupadas. Nos deja la carta y elegimos. No tengo mucha hambre, por ahora sólo un jugo de naranja. Yo tampoco tengo hambre, dice mi tía. ¿Tendrá dos bifecitos de carne con puré? Le traen sólo un bife, bien cocido, con un timbal de arroz. Mi tía corta la carne haciendo crujir el cuchillo contra el plato y va derrumbando de a poco la montaña de arroz. Miro hacia la rambla intentando ignorar el ruidito erizante de los cubiertos. Al lado de la chica del perro se sentó un hombre con un pastor inglés. Ella se recoge el pelo detrás de la oreja, le contesta algo y gira la cabeza para mirar en otra dirección. Delante de ellos un señor corriendo en short pasa a otro que camina adentro de un rompevientos blanco con tranquilidad.

Qué suerte que hoy tenés el pelo suelto. Cuando yo era joven teníamos que andar de moño. Sólo las locas usaban el pelo suelto. Qué pavada. Tantas reglas...ahora soy más moderna...no me importa si vivís con un hombre y no te casás, me aclara. Sos una pava. Tenés que hacer como hace fulana, le tira y le afloja, le tira y le afloja, y él vuelve a buscarla. Me prendo un cigarro, y protesta. Nos quedamos un momento en silencio. Miro la curva de la rambla de Pocitos, desde Bulevar España hasta la punta que la separa del Buceo. Los edificios forman una pared casi continua que envuelve la costa tranquila. Algunas nubes se espesan sobre ellos, dejando al horizonte bien azul. Qué linda vista dice mi tía. Giro la cabeza para meterme en su mirada y veo la curva casi desnuda de edificaciones de la costa de Trouville. Sólo se ve el mar, la arena, el verde de los jardines de Trouville y como una mancha exquisita la pintura roja de la casa naval.

Un frenazo desnuca al de ojos verdes para ver qué pasó. Era una moto, de esas grandes, que se mandó adelante de un auto y lo pasó. El del auto paró en seco y luego aceleró. ¿No vas a comer nada? ¡Tenés que comer! No te preocupes. Ahora voy a tomar un café. ¿Vos querés algo más? Un té de yuyos, me dice. La moza trae el café y el boldo en silencio. Dejo caer el azúcar tratando de ignorar los ojos verdes que me observan. ¿Estás apurada?, preguntó mi tía. No, le contesté acomodando mi inquietud en el asiento. Los de la mesa de al lado se van. Se ponen los abrigos y salen. Veo pasar al rubio con su mujer a mi lado por delante del ventanal. Tomé el café y me quedé callada. Esperé a que mi tía terminara el boldo y pedí la cuenta.



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5 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta tu blog. Es interesante.
Saludos desde Italia.
azor

Anónimo dijo...

Me gusta tu blog. Me recuerda Montevideo.
Tienes una buena escritura
Azor

Sole dijo...

¡Gracias Azor! Me alegra muchísimo que te recuerde Montevideo.

Unknown dijo...

Jaja, me trajiste recuerdos!!!! Soy el ultimo dueño del Cafe de la Paix!! Alberto

Sole dijo...

¡Qué bueno que hayas caído por aquí Alberto!. ¡¡Tengo muy lindos recuerdos del Café de la Paix!!