Me acosté y metí la cabeza adentro de las sábanas porque el frío era intenso y se sentía en el aire del cuarto al respirar por más que había prendido la estufa un rato. Ahí adentro, entre el calor y la falta de oxígeno empecé a dormitar. Creo que hasta me dormí porque me sobresaltaron los golpes en la puerta de calle. Eran golpes fuertes y repetidos, insistentes. Salté de la cama, me tapé con una ruana, agarré el celular y corrí hacia la puerta preguntando ¿quién es? ¿qué pasa?. Los golpes no cesaban. El reloj del teléfono marcaba más de la una de la mañana. Hablé más fuerte junto a la puerta ¡¿quién es?! Los golpes pararon. Es la policía, me respondieron. Por favor, abra. Acerqué el ojo a la mirilla sin la menor intención de abrir la puerta. Pero vi que había mucha gente en el pasillo del edificio. Y las voces me explicaron algo sobre una vecina que se había caído.
Abrí la puerta y había tres policías frente a mí que me hablaron muy rápido, y dijeron que tenían que entrar a mi casa porque la vecina se había caído y querían ver por dónde podían entrar a la casa de ella. Estaban las puertas de otros dos apartamentos abiertas y los respectivos vecinos en el corredor. También estaba en el pallier la parejita que vive abajo. Ante ese panorama se me prendió el sistema automático de ayuda al vecino y los dejé entrar, les corrí el sillón que está pegado a la ventana y en dos minutos todos los policías estaban en el living de casa mirando por la ventana enrejada que no les permitía pasar. “La otra opción es ir por la azotea”, les sugerí. “Ah, por ahí no. Vamos a tener que llamar a los bomberos”. Los bomberos también tenían que rescatar a uno de sus colegas que había saltado con éxito desde el balcón de la vecina del frente para llegar al balcón de la vecina caída, pero no pudo entrar a la casa y tampoco pudo saltar de regreso. Así que estaba ahí, en el balcón, con el frío de esa madrugada.
La parejita que vive abajo había escuchado el golpe de la caída, y los gritos de la vecina pidiendo ayuda. Subieron enseguida y tocaron timbre, golpearon la puerta, pero nadie los atendió. Entonces, decidieron llamar a la policía. Y con la policía fueron despertando a todos los vecinos del piso. "¿No es más fácil tirar la puerta abajo?" sugirió alguien al policía que no quería ir desde la azotea. "No podemos, necesitamos una orden judicial. Tienen que ser los bomberos". Mientras no llegaban los bomberos, la policía nos preguntó por la familia de la señora, que cuántos años tiene, pero no sabíamos mucho, casi nada. Sólo lo que vemos y eso no te dice tanto de la persona en sí sino de la propia vista llena de lentes y mirillas. Mi vecina tiene el pelo rubio, larguísimo, y es muy flaca, demasiado flaca. Camina con dificultad, y sube las escaleras despacio. Habla lento y fuerte como si estuviera dopada. A veces grita y protesta. No dice estupideces, pero su aspecto de rara desacredita sus palabras. Más que nada tiene el aspecto de una persona enferma. De ahí la preocupación de todos por su caída. Con la llamada a los bomberos se hizo una llamada a la ambulancia.
Los bomberos fueron rápidos. Aparecieron con un equipito para abrir puertas –básicamente un martillo enorme y un fierro como para hacer palanca- y en cuatro golpes muy escandalosos la puerta se abrió. Los policías entraron y le dijeron al que quedó en la puerta: Que nadie entre. Los vecinos quedamos afuera, y escuchamos: “Que venga la ambulancia, está con vida”. Los bomberos se aprontaron como para irse, pero el policía que estaba en la escalera les dijo: Falta el colega. ¿El colega?, preguntó el bombero y todos lo acompañamos con la mirada de quien dice ¡¿qué colega?!. El que está en el balcón, recordó el policía. Ahhhhh, dijimos todos sin disimular sonrisas.
La ambulancia demoraba, y los policías no decían mucho mientras tomaban declaraciones a los vecinos.
- ¿Nombre?
- Fulano de tal.
- ¿Estado civil?
- “Casado, o separado”, no sé que debe poner, ponga lo que prefiera le contestó el nuevo vecino de la esquina.
Al mismo tiempo otros policías buscaban la cédula de la vecina caída, algún teléfono de un familiar o alguien conocido. Revisaron su cartera delante de todos nosotros, para que seamos testigos de que no faltara nada. Me sentí incómoda por la repentina invasión a la intimidad de la vecina rara, aunque fuera motivada por un pedido de auxilio. Algunos detalles de su vida salieron de su cartera y de su casa en las palabras que escuché esa madrugada. Cosas de esas que no se comentan.
¿Quién les pidió ayuda? Repetió enojada la vecina que ya no estaba caída, váyanse dijo primero a los policías, y luego a los médicos cuando al fin llegaron. No dio nombres, no firmó nada, y no paró de protestar. Después de un rato de pelear con policías y doctores, por ninguno de los cuales mostró simpatía, preguntó en voz fuerte quién de todos los vecinos fue el que llamó a la policía. Los vecinos entramos a recular mirando a los culpables, que se acercaron a ella explicándole que se habían preocupado por el golpe, por los gritos. La voz de la vecina no mostró un atisbo de agradecimiento. No tienen que llamar a nadie. No llamen a nadie. A nadie.
Bueno, dije, me retiro, les digo hasta mañana. Hasta mañana contestaron algunos. Entré a casa y puse agua a calentar. Hacía tanto frío como en la madrugada de hoy. Me preparé un té mixto. Lo tomé, y volví a la cama.
sábado, junio 27, 2009
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