Cuando es la hora, los niños dejan lo que están haciendo para ir dormir, pero como las ganas de jugar no se van el juguete sigue moviéndose solo. Las pelotitas saltan en el aire sin tocar el piso, y las cintas largas se sostienen sin las manos de los niños, por si alguna de las pelotitas quiere deslizarse sobre ellas. Los niños, parados junto al juego, miran la escena con ojos lejanos. No dicen nada y se acuestan. El juego sigue con su movimiento hasta que los pequeños cierran los ojos.
A la mañana siguiente, cuando la luz comienza a entrar por la ventana y el olor del café con leche sube hasta el cuarto de los nenes, una de las cintas se levanta y sacude a las pelotitas que, perezosas, empiezan a saltar bajito; pero se mueven y, de a poco, se acercan a las manos de los niños para avisarles que ya se puede empezar a jugar.
Nicolás abre entonces los ojos, ve la pelotita en su mano y la tira al aire. Sale de la cama y va a la cocina a desayunar. El juguete lo sigue de cerca todo el día hasta que llega de nuevo la hora de descansar.
domingo, mayo 17, 2009
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