La copa reposa vacía sobre la mesa. Reposa digo porque nadie la levantó, la acercó a sus labios y la empinó en mucho tiempo. Ningún líquido la colmó y, en su lugar, pequeños puntos agrisados ahora opacan su reflejo verdoso. Parece un cáliz abandonado por alguien que perdió la fe.
Su permanecer obstinado sobre la mesa del living me anuda la garganta. Quise tirarla contra el piso para recoger los pedazos con la pala y la escoba, mandarla a la basura y olvidar su molesto silencio. Quise. Pero aquí estoy mirándola vacía, polvorienta, en desuso, con esa ilusión de quien mantiene una fe y espera que llegue tu mano, u otra mano, a desatar este nudo y a elevarla.
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