Llevo todo el día sembrando Nomeolvides en el balcón. Traje las semillas y la tierra de la casa de las plantas y puse manos a la obra. Iba a traer macetas, pero me pareció que la cantidad de plantas iba a estar limitada por el aparatoso espacio que ocupan las macetas. Y como necesito abundantes Nomeolvides deseché las macetas y cubrí las baldosas del balcón con la tierra.
Traje agua desde la cocina en una botella de plástico y de a poco le fui dando de beber. La tierra se ponía negra de contenta a medida que saciaba su sed, y se abría en sonrisas en espera de las semillas. Acerqué la bolsa de semillas, y saqué una con cuidado. La acerqué a mi boca y con voz susurrante le pedí un deseo. Ella me pidió un beso y se lo di. Después enterré la semilla y mis manos en la tierra. La tapé, aplasté con suavidad la tierra que la cubría, y esperé. Así, de a una, sembré todas las semillas. A cada una le pedí la misma cosa, con súbita confianza en la fuerza de la repetición y de la abundancia.
Es tarde, tengo las uñas negras, y el piso de mi balcón lleno de anhelo.
miércoles, septiembre 17, 2008
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