miércoles, abril 09, 2008

Viajes a la luna

A la clase de yoga la precede una sesión de gimnasia para niñas pequeñas. Sobre la hora de la clase, al llegar al club nos acercamos a los primeros escalones de la escalera de madera que lleva al salón de gimnasia y yoga. Nos saludamos con voces suaves y muchas sonrisas (por la alegría que nos da el tiempo de descanso que nos estamos por regalar). En la espera, al pie de la escalera, ya empezamos a aflojar los músculos, a respirar más despacio, a hablar más bajo, y también a sonreír más.

A veces llego muy cansada. Y mis compañeros también. De manera que tampoco hablamos demasiado. Esperamos a que bajen corriendo las niñas y la profesora, y nos dejen libre el salón. Apenas se van, subimos por los crujientes escalones, dejamos el calzado, y caminamos hasta el fondo del salón donde están los colchones. Agarramos uno o dos –yo prefiero dos- y nos acostamos en silencio. Cierro los ojos y empiezo a bajar la respiración. Ese es el momento en que más te das cuenta si estás cansada, contracturada, o estás pensando en algo que te tiene nerviosa. Después, con la clase de yoga todos los cansancios, pensamientos y contracturas desaparecen. O cuando no desaparecen, realmente te importan muy poco. Es como mirar la realidad desde otro planeta. O de más cerca: como subirte a la luna. Desde ahí, sentada en la media luna cual silla de la que te cuelgan las piernas, te balanceás haciendo sombra y mirando las preocupaciones que en esa visión se vuelven muy pero muy pequeñas.

Es en la luna el lugar donde estamos cuando la profesora se levanta y apaga la luz. Así, en la oscuridad, nos invita a disfrutar del silencio. Si festejan un gooool los niños que juegan al lado, o los señores que se reúnen en el cuarto de abajo gritan y se pelean, la profesora nos recuerda que podemos disfrutar del silencio interno.

A la clase de yoga la sigue una clase de steps. Las personas que asisten a esa clase son muy inquietas. Suben por la escalera a medida que llegan al club, y pisan fuerte los escalones –en ánimo acorde al ejercicio- de manera que la madera cruje en forma aterradora en pleno silencio interno. Esa misma persona baja los escalones, no se detiene al final de la escalera a decir: ‘la clase de yoga aún no terminó’. Por esto, la siguiente persona que llega vuelve a aplastar los pies sobre la madera vieja. Cada paso de estos deja a nuestra luna más cerca de la tierra. Cuando la profesora se levanta y prende la luz, la luna empieza a sacudirse. Aunque nos aferramos a sus grietas con las manos, para no soltarla, la sacudida es tal que nos deja caídos en la tierra. Abrimos los ojos, nos desperezamos lentamente y bajamos despacito la escalera.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Llegué a casa... Sentí la soledad de la noche y me tomé otra copa de vino, esta vez un cavernet sauvignon... Pasé precioso... Besos y abrazos.

Sole dijo...

:-))) ¡¡Ahora andá a dormir que mañana tenés que levantarte muy temprano!! Besos