Dejé de usar reloj en la muñeca hace trece años. Miré alrededor y vi la hora en todas partes: en la calle, en las casas, en la radio, en la tele, en la computadora, y en la muñeca de todas las personas que me rodeaban. Y si había dudas podías llamar a la hora oficial por teléfono.
Cuando era niña discaba a este servicio -el seis- y escuchaba a la señora que del otro lado del tubo te decía: "La señora indicará las cuatro horas, treinta y dos minutos, cuarenta segundos. (Piiiiiiiiiiiiiiii)." Esa voz tenía un cierto encanto que me dejaba escuchándola más de una vez. Ahora para enterarte de la hora oficial tenés que marcar dieciséis, y es una grabación la que te dice: "La señal indicará las cuatro horas, treinta y dos minutos, cincuenta segundos. (Piiiiiiiiiiiiiiii)."
En mi casa no hay relojes en las paredes ni en el escritorio ni en la mesa de luz. Me fijo la hora en la computadora, en el celular o en el teléfono. De los relojes de muñeca sólo guardo los de antes, que fueron de mi madre y de mi abuela, como un tesoro divino en una cajita de madera.
sábado, enero 21, 2006
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