martes, enero 31, 2006

Fraternidad

La pierna de mi mamá es mucho más alta que yo y todas las tardes me le prendo como a un palo enjabonado al que hay que escalar para obtener un premio. Con fuerza me abrazo a esa pierna calentita y flexible que inexorablemente se dirige hacia la puerta. Suelto el cuerpo y dejo ir mi peso con los pocos pasos arrastrados que faltan para que mi mamá se vaya con el muslo colorado y las medias empapadas en lágrimas. Cuando la puerta se cierra empiezo a correr. Atravieso el living, la puerta del cuarto de mis padres, y voy derecho a mi rincón.

En cuatro patas recorro el parquet encerado por debajo de la cama de mis papás hasta llegar a la pata derecha que queda arrinconada en una esquina del cuarto. Allí me recuesto sobre la pared me abrazo las piernas y me siento debajo de las tablas donde se asoma el colchón que se hunde un poco si lo aprieto con los dedos. A veces apoyo la cara sobre las rodillas para dejar que las lágrimas caigan en el piso y no me mojen. Me quedo bien quieta mientras alguien grita mi nombre buscándome por toda la casa. Mi hermano, que conoce mi secreto, llega pocos minutos después que yo, hace el mismo recorrido en cuatro patas y se sienta a mi lado en silencio.

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