No quiero ir al aeropuerto. Para qué saludar con la mano, ahogar lágrimas, sonreír con tristeza, desear suerte, abrazar una vez más, si sólo hace más difícil la partida y más amargo el regreso a casa.
Mirar el despegue del avión me genera la misma inquietud que los velorios. Aunque cuando falleció Nacho sentí la necesidad de rodearme de gente. Ir al velatorio fue más que una despedida un reencuentro con los vivos. En esas salas se permite la tristeza y la búsqueda de consuelo.
Pero en el aeropuerto hay que dar ánimo, mostrar optimismo por el destino del que se va y ocultar el vacío que deja. En los entierros se puede llorar, en los aeropuertos es mejor no pasar del nudo en la garganta.
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