El vaso transpiraba vacío en sus manos. Ella sonreía y hablaba demasiado, con los ojos rojizos, la mirada apagada y los dientes amarillos. Dos hombres parados junto a ella, la miraban. Ella balanceó el cuerpo y luego estiró la mano con el vaso vacío y la sacudió frente al joven alto. Éste tomó el vaso, se acercó a la mesa y sirvió cerveza rubia, con espuma. Ella sonrió, dijo algo referente a la espuma, y se le frunció la cara. El hombre alto se paró a su derecha y le dio el vaso. Ella dijo algo más y rió. Los hombres probaron sonreír. Ella rió sola, como quien cuenta un chiste repetido.
El hombre alto la abrazó por la cintura. Ella se tiró hacia atrás y el brazo de él la sujetó con fuerza. Volvió a reír y a estirar la mano. El agarró el vaso espumoso y, sin soltar su cintura, lo puso sobre la mesa. Luego le alcanzó la cartera, el abrigo, y se fue con ella.
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