sábado, mayo 26, 2007

Ser de acá

El equipo de investigadores llegó a la ciudad a indagar en las causas de la paulatina disminución de la población. Lenta pero persistente la desaparición de los ciudadanos se empezó a notar y a tornar preocupación de los pocos que permanecían como dueños de los espacios vacíos de la ciudad.

Nada diferenciaba a los escasos habitantes que quedaban: ni el tono de la voz, el acento, el color del pelo o el sexo. Esta fue la primera impresión que los investigadores anotaron en sus observaciones. Atravesaron la ciudad para visitar el cementerio más grande que no dio abasto con las locaciones originales y se fue extendiendo en una manzana, dos, alguna que otra casa, hasta que el olor a muerte alejó a los demás y el barrio entero se volvió descanso de los muertos.

Los investigadores se colocaron su equipo para evitar el putrefacto aroma y acercarse a los cuerpos sin vida. El primer cuerpo que encontraron tenía, a diferencia de los vivos, forma de mujer. Su sexo desnudo y su rostro aún maquillado sugería los rasgos de género que notaron ausentes en los sobrevivientes. La mujer tenía el pelo negro, los ojos grandes y las pestañas demasiado abundantes para ser naturales. A pocos metros, otro cuerpo de mujer con un vestido azul destellaba una cabellera pelirroja. A su lado, un hombre con las medias puestas escondía unos rulos rubios en un gorro metido hasta las orejas. Lo que detuvo y llamó la atención de los investigadores fueron sus medias: una era roja y la otra era blanca.

Tomaron fotos y con sus notas volvieron al centro de la ciudad. Ya había oscurecido y no encontraron a nadie en las calles. Un habitante los recibió en el hotel y les indicó la dirección a sus dormitorios. Acompañó a cada uno de los tres investigadores a su cuarto (idénticas habitaciones adornadas con sencillez) pero fue al último a quien el habitante dirigió la palabra. ‘Adiós’, le dijo. El investigador lo miró y respondió ‘hasta mañana’; y al mirarlo vio en su cara una sonrisa, vio un cuerpo que se volvió abultado en las caderas, con senos prominentes, atractivos, y otra vez la sonrisa que permaneció encendida mientras el pelo negro se le hacía más largo sobre los hombros y la espalda, y vio entonces a una mujer que debió resbalar antes de caer sonriendo, delante de sus ojos, sin vida.

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