El señor era muy bajito y el saco verde oliva del traje, con pantalón de igual color, lo encerraba cual frasco tapado por un sombrero al tono. La cara redonda y carnosa asomaba casi grotesca debajo del sombrero y se torneaba con gracia en la pera gordita pegada al cuello del saco. Sonrió. Los labios se le estiraron y se entreabrieron. Dijo hola y con dificultad caminó hacia la mesita más cercana al bar. Dejó el bastón en una silla y se quitó la bufanda. Sin desabrochar el saco se sentó.
El mozo lo saludó por su nombre, le preguntó ¿hay partida hoy? y se acercó a la mesa con una copa de vino tinto y una fuente repleta de jamón de San Danielle, rojo, crudo, cortado en tiras finitas. Una a una con un tenedor grande el señor de verde hizo desaparecer las tirillas del jamón que degustó un rato largo antes de probar el vino con un trago lento e imperceptible. De tanto en tanto miró el reloj. En su muñeca, en la pared del boliche, en los ojos del mozo, en la fuente vacía. La hora resonó siete veces en las campanas de la iglesia y el señor bajito agarró el bastón, se puso la bufanda, miró al mozo, dijo hoy no habrá partida y con dificultad caminó hasta la puerta y salió.
viernes, febrero 09, 2007
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2 comentarios:
La espera..
Era más redituable y deliciosa que el fin?
Hola Popi, mi tía dice que la vida es una eterna espera, así que hagámosla deliciosa :-))
Un beso
Sole
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