Entré a la farmacia a comprar pasta de dientes. La rubia de la caja me saludó con una sonrisa ¿Cómo estás? Bien, gracias. Hola, repetí a los otros dos vendedores. La promotora de Dermur no respondió a mi saludo. Estaba parada frente a la góndola de la entrada, con un pañuelo anudado al cuello al modo que lo hacen las azafatas. Bien derechita y silenciosa desvió la mirada cuando pasé a su lado. A las siete de la tarde de un viernes en vísperas del primero de mayo no le quedaban ganas de andar ofreciendo cremitas.
Atrás mío entró una señora de más de setenta años y menos de ochenta. Llevaba los labios pintados y un buzo bien abrigado. El vendedor más joven la saludó, le dijo ya le traigo su receta y desapareció en el fondo de la farmacia. El local es bastante grande, tiene puertas de vidrio y un mostrador en forma de ele que ocupa el lado izquierdo y el frente de la entrada. A la derecha hay estantes, dos góndolas, y una balanza automática que nunca usé. Cuando me quiero pesar voy a otra farmacia que tiene una balanza con pesitas que se van moviendo hacia la derecha hasta dar con la cifra cierta.
Ando en busca de pasta de dientes le dije a la rubia. Se alejó a buscar el pedido y quedamos en el recibidor el vendedor más veterano, la promotora, la señora de la receta y yo. La señora se me acercó y lo mismo hizo el vendedor detrás del mostrador. ¿Cómo anda? le dijo el vendedor a la señora. ¿Se está preparando para el acto de mañana? le preguntó con picardía. Los tres intercambiamos miradas y sonreímos. Es el día del trabajador, insistió el vendedor. ¿Con quién va a estar? La señora se aclaró la garganta y con una voz dulce y quebrada empezó a entonar el himno de la Internacional.
Llegó el otro vendedor con el remedio de la señora y la rubia con mi pasta de dientes. En silencio se pararon al lado del más veterano a escuchar el canto de la mujer. Su voz nos apretó a todos por un momento como si nos estuviéramos dando las manos por encima del mostrador. La señora dejó de cantar y sonrió. ¿Usted es comunista? le preguntó el veterano. No, respondió la señora. Pero uno aprende y no se olvida más, nos explicó.
viernes, octubre 06, 2006
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