Me compré unos jeans por doscientos pesos. Siete dólares más o menos. La señora del lavadero me dijo cuando me los vio puestos: "te conviene usarlos hasta que estén bien sucios, no te garantizo cómo pueden quedar después de un lavado". Me pareció una exageración de la mujer, le dejé la ropa para lavar y salí con mis vaqueros nuevos para el invierno.
El lavadero queda a tres cuadras de mi casa, y justo cuando estaba a una cuadra y media empezó a llover. Cayeron esas gotas lentas enormes que vienen cargadas de olor a mar y que no demoran nada en convertirse en cortina de agua. A las dos cuadras estaba empapada. Apuré el paso pero no había nada más por hacer. Miré para atrás y vi un rastro azul. Era la tinta que le sacaron las enormes gotas de lluvia a mis vaqueros.
Merde pensé y me apuré un poco más. Cuando llegué al portón de mi casa escuché un ruido metálico. Era el cierre del vaquero que cayó y sonó contra el piso cuando se terminó la tinta que me pintaba un pantalón sobre las piernas blancas y heladas.
viernes, mayo 19, 2006
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