Compré un libro usado en la feria de Tristán Narvaja hace casi dos años. Lo puse sobre la mesa de luz al lado de mi cama sobre la pila que forman los libros que estoy leyendo. Pero antes que llegara a abrir la tapa el polvo acumulado en las hojas se salpicó en el aire de mi dormitorio y me tapó la nariz. Cuando me di cuenta que la tos era provocada por el libro lo saqué de la mesita y lo acomodé en la biblioteca del cuarto de al lado.
En estos dos años leí un montón pero a ese libro no lo toqué hasta hoy, cuando fui a guardar un nuevo libro en la biblioteca y lo coloqué al lado de aquel. Dejé en el estante al nuevo y al otro lo saqué y me lo llevé al living para leerlo en el sillón. Me recosté sobre un almohadón grande para quedar medio sentada cosa de que las pequeñas partículas, si las hubieran, no me cayeran sobre la cara.
Tenía esa expectativa linda de cuando te das cuenta que llegó el momento. Porque los libros se encuentran con las personas cuando tienen algo para decirse y no en cualquier ocasión. Pero en este caso, lo dicho no estaba en el texto impreso, sino en una letra manuscrita que en la primera hoja marcó el libro con una lapicera de tinta azul.
Curiosa empecé a leer lo que decía la dedicatoria, y vi que el libro había sido un regalo de cumpleaños. Me acordé que ese mismo día, de mañana, había escrito una dedicatoria en otro libro del mismo autor, pero para otra persona -claro- a quien desée feliz cumpleaños.
Seguí leyendo la caligrafía quebrada y los ojos se me quedaron clavados en la firma. Es de alguien que conozco. Un hombre. Al lado de su nombre él agregó una fecha: abril de 2004. Resté 2006 menos 2004 y me dio dos. Los dos años que hace que compré el libro. Volví a leer la dedicatoria y paré a mirar el nombre de ella, pero no se entiende lo que dice. Puede ser Ema, o Ana, o un sobrenombre quizá. De lo que estoy segura es que él la llama por un nombre de tres letras.
jueves, abril 06, 2006
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