viernes, septiembre 02, 2005

El tic tac de alvartot

Reí, lloré y disfruté sin poder despegarme de las más de 500 hojas de La novela luminosa de Mario Levrero que está en mi mesa de luz. Me dejó con el pulso tenclete para escribir. Y me decidí a poner en el blog la historia de la bienvenida que me dio en su casa de la ciudad vieja cuando fui por primera vez a su taller. Grazie Mario.


El tic tac de Alvartot

Terminé el café y me levanté de la silla, dejé los 25 pesos arriba de la mesa y volví a mirar el reloj para asegurarme que era el momento de caminar los pocos pasos que separan al bar de la casa de Mario. Era importante ser puntual. Bebi me había contado que alguien le dijo que si llegas tarde Levrero no te abre la puerta, y que es muy estricto con esas cosas. En general no uso reloj pero ese día salí de casa con uno puesto en la muñeca derecha, así que estuve pendiente de este asunto del tiempo para dominar mi pulsión por llegar tarde a todos lados.

Eran las ocho menos cinco cuando salí del boliche para caminar rapidito por Bartolomé Mitre las dos cuadras que hay de Ciudadela a Sarandi. A esa hora Mitre empieza a transformarse, las sillas de los boliches se sientan en la calle y la calle se convierte en una peatonal para los miles de pies que salen a disfrutar de esas nochecitas medio calurosas que todavía hay en marzo. Pero el aire era de silencio, las sillas estaban vacías y podía escuchar el taconear de mis botas apuradas por llegar puntuales al 1376. En el bolsillo de mi campera llevaba el email impreso con las instrucciones que Mario había mandado a los que empezábamos el taller ese año. A las ocho había que tocar timbre en portería, y si la portera no aparecía había que llamar al timbre del apartamento del doctor Turcio. Así decían sus instrucciones: “Tocar timbre en portería, último botón hacia abajo de la hilera vertical. Si no aparece la portera, tocar entonces el botón nº 7, sin hacer caso del nombre que figura en la tarjeta (Dr. Turcio).”

Cuando llegué al 1376 la portera estaba detrás de la puerta de vidrio y rejas. Me abrió la puerta de par en par, entré al pallier y la cerró enseguida. Voy a lo de...Sí, sí, subí nomás, cuarto piso, me dijo. El ascensor es antiguo, de esos lindos de rejas abiertas y trabajadas, en los que no te da tanto miedo quedarte encerrado porque por lo menos podés respirar, te pueden pasar algún libro para entretenerte y hasta comida si el asunto demora en solucionarse. Pero no hubo inconvenientes y el ascensor se elevó y se detuvo en el piso cuatro. Salí al corredor donde encontré dos puertas grandes de color marrón oscuro.

El siete, donde vive Mario, está a la izquierda de la salida del ascensor, justo al lado de la escalera que comunica con el tercer piso. Toqué timbre y esperé. Y seguí esperando porque la puerta marrón oscura demoró en abrirse. ¿Habrá sonado? Entonces, en silencio, y lentamente, la puerta se entreabrió y vi aparecer un rostro despeinado, cansino, escondido detrás de unos lentes enormes y gordos. Hola Mario, soy Soledad, le dije sonriendo para presentarme porque sólo nos conocíamos a través del correo electrónico. Me saludó con un beso, me dejó pasar y me siguió arrastrando los pies despacito y sosteniendo un cigarro en la mano.

Atravesé un pequeño recibidor y entré a una sala donde había una enorme mesa rectangular limpia y despejada salvo el montón de hojas apiladas junto a un portalápices lleno de lapiceras que ocupaban el centro. A su alrededor había nueve sillas vacías. Soy la primera, dije por decir algo que me sacara la incomodidad de llegar primera y verme así tan expuesta de golpe ante una mesa vacía con hojas en blanco y lapiceras con tinta. Sí, llegaste temprano, contestó el anfitrión. Lo miré un poco sorprendida y seguí a sus ojos que estaban fijos en un reloj redondo, de números y agujas grandes que me acusaba desde el centro de la pared. “Seis minutos antes”, enfatizó. Me apuré a mirar mi reloj de muñeca donde la aguja mayor estaba clavada en el doce, y la pequeña en el ocho, en punto sin error. Levanté la cabeza y anuncié como suerte de disculpa o aclaración: vamos a tener que sincronizar relojes. El dio una pitada sin decir nada.

¡Qué suerte que fumás! le dije metiendo la mano en el bolsillo de la campera buscando la cajita de cilindros salvadores. Encontré la caja de Fiesta, y saqué un cigarro y el encendedor. Sí fumo, pero prefiero que no fumen en esta sala, me dijo sin cambiar el tono de su voz. Allá sí pueden fumar, me señaló moviendo la cabeza hacia un cuartito un poco más oscuro con varios sillones y una gran ventana abierta. Me saqué la campera y la dejé en una silla junto a la cartera. En la mano apreté los cigarros y empecé a caminar hacia la sala de fumadores. Ahora yo sí me permito fumar en este lugar, me siguió diciendo. Es que no puedo trabajar sin fumar, explicó sin moverse del lugar. Estaba parado entre la mesa y la pared que está frente a la del reloj. Justo donde queda un pequeño corredorcito que comunica la habitación de la mesa larga con el cuartito de sillones mullidos. Pasé a su lado para ir hacia el espacio de fumadores y tuve que esquivarlo para no rozar su cuerpo. El siguió quieto ahí. ¡Ah!, me alertó cuando pasé. Quiero decirte que no me gustan los perfumes, prefiero que no usen cuando vienen al taller. Por suerte el tuyo es muy suave me tranquilizó. Cuando crucé la sala ya había prendido el cigarro.

Me acerqué a la ventana desde donde se veía la luna casi llena en un cielo despejado recortado por el techo de un estacionamiento y los edificios que rodean a la plaza de la ciudadela. Qué linda luna, le dije. Qué buena vista que tenés de acá. Sí tengo un montón de fotos que saqué desde acá, estoy por hacer una exposición con esas fotos. En serio? Qué bueno...Pero vení, vení, la vista es mucho mejor desde el otro cuarto. Pasé una puertita que lleva a un corredor, donde se abren varias puertas más. La ventana de la buena vista era la del dormitorio. Allí una cama doble atravesaba el camino hacia la ventana. La miré desde el umbral y regresamos al cuarto de los sillones. Sonó el timbre y Mario fue a atender la puerta. Me senté en el sillón que está contra la ventana y aspiré bien fuerte el cigarro. No usé más perfume y me saqué el reloj. Esa noche empecé a escuchar el tic tac de Alvartot.



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3 comentarios:

Anónimo dijo...

Sole: Voy por 416/542 de la luminosa.
Me divierte el humor irónico de Levrero. Como la de la página 347 (Salman Rushdie), p. 303 ("NO ES NECESARIO HACER COLA"), p. 283 (aire acondicionado portátil: "me imaginé sacando hielo del freezer y poniéndolo en un tacho frente a un ventilador común...").
Está bien. Ya estoy por terminar. Te devuelvo pronto. Saludos, Rafa

Christian Arán dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Sole dijo...

Hola Christian! Dejaste un rastro sin palabras... :-)
Un beso, de todas formas, a tu paso.

Sole